lunes, 25 de octubre de 2010

La Otra

Hay días en que levantarse cuesta. Como que lo de adentro y lo de afuera no coincide. Decimos “toca hacer esto, toca hacer lo otro”, le damos ordenes concientes a nuestro cuerpo para que reaccione, se ponga en pie, y camine esta vida que llevamos, pero es inútil.
Hoy, por su puesto, es uno de esos días. No malgastaría semejante introducción, para salirles con un chorro de babas, y escribir que a mi eso no me pasa hace mucho, y que este lunes (que ya va en su cuenta regresiva) ha sido de los mejores de mi vida. No. Este lunes es la mas viva expresión de lo anterior, este lunes es una mierda. Hoy, soy lo peorcito que tengo, soy la confundida, la perezosa, la débil, la malagradecida, la que no se quiere mucho, la que ni siquiera llora. Hoy todo me cuesta, saber que comer, acomodar la almohada, concentrarme en el televisor. Me he vuelto una pelea constante entre este fenómeno que no se quiere mover, y otra mujer, allá a lo lejos, que pide auxilio. Soy como una enfermedad autoinmune, me acabo de a poquitos, me ataco lo mejor que tengo.
He tratado de entender esto, darme algún tipo de diagnóstico. Le he otorgado la responsabilidad a mis hormonas (como lo hago casi siempre con todo lo que me pasa), al clima, a la luna, a la obra que construyen detrás de mi edificio, a la aseguradora de mi carro, a la ceguera de mi perro, al silencio de mi gata, a la hernia de mi espalda. Intento combinar varias de las anteriores, cambiar el orden, pero nada. Este conflicto viene de antes, de después. Es como un sifón por donde se cuela mi vida, un espacio por el cual debo siempre pasar y recordar que existo. Acá lo oscuro es realmente oscuro, acá no se disfraza nada, no intento nada, solo me cuelo y ya. Digamos que duele. Sobre todo al otro día, cuando siento que a mi el tiempo nadie me lo devuelve, que gasté un día de mi talonario en…en no sé que. Duele y hasta da culpa. Pero también renueva, como una extraña manera de reconocerme en medio de esta sala gigantesca que es la vida.
Por momentos, hago el amague de llorar desconsolada, con la esperanza de musicalizar el malestar, pero siempre termino sonando ridícula, como la más llorona de mis protagonistas de novela. Así que paro. Respiro. Me agarro la panza, siempre revuelta, sin saber si es hambre o llenura, me la sobo en la dirección de las manecillas del reloj, y claro, tampoco sirve de nada. Luego voy al baño, me miro un rato largo al espejo, me busco, me reconozco, hago muecas. Por minutos me vuelvo un gorila de esos que se investigan de cabo a rabo, hasta que me canso. Vuelvo a la cama. Sigo dando vueltas. Te pienso…
Te pienso, te pienso, te pienso. Me doy cuenta que no estás, y es entonces, cuando me embiste el maldito recuerdo; estás tú, caminando de la mano con ella. Llevas puesto tu abrigo gris, y ella a decir verdad, es hermosa. Oigo las risas, las palabras. Están cerca, se besan, se sienten. De repente, el dolor de mi barriga se conecta. Ya esta pereza y este llanto, y la luna, y la obra y la hernia y mi gata y el perro y el seguro y el clima, tienen un nombre: el de ella. El de la otra. El de la mujer feliz que jugaba, que caminaba de tu mano, el de la valiente guerrera que se devoraba el mundo y que era yo…
cuando todavía estabas tú.


miércoles, 20 de octubre de 2010

Si me abres, no respondo...


Traigo las piernas firmes y el corazón temblando. Estoy en la puerta de tu casa, la misma que tantas veces me recibió de par en par, cuando con besos nos saludábamos el alma.
Esta noche es distinta. La emoción es mas cruel, muchísimo más cruel, la luna no deja de mirar, y mi corazón, no sé si ya lo dije, tiembla.
Si el mundo se acabara hoy mismo, estaría haciendo lo correcto: salir en busca del hombre que amo, y morderlo con amor, decirle con mi aliento que todo el resto ya no importa.
Pero sigo acá en tu puerta, y no pasa nada. Esta vez no hubo “de par en par”, no hay por donde encaminar esta humedad, esta lengua desatada. Esta noche tu voluntad es tu templo y mi clausura, lo que pasó dolió y duele, la puerta está cerrada. He soñado con decirte al oído que te quise de veras, que aún te quiero, que me haces falta, que no espero nada. Que se sentía bien la vida estando juntos...
Acá sigo esperando, caliente, con una sonrisa perversa, con las manos traviesas. Traje mi cuerpo para que lo probaras, para que lo reconocieras y así, de golpe, recordaras que no me inventé nada.
Pasan los minutos, y todo se resuelve en un instante: allá estás tú, varios pisos más arriba, aterrado, mirando lo que te visita. Es nada más ni nada menos que tu pasado no olvidado. Es mi nombre hecho mujer quien te golpea, quien te  amenaza. Es tu fantasía de tantas noches, la que te hace sudar y te alimenta. No me abres, me dejas castigada deseándote, te quedas castigado rechazándome. Hasta en eso nos complementamos…
Yo, en el fondo, te lo agradezco. Tantas ganas a veces nos maltrata. Estos besos que traigo ya se encuentran afilados. Mi sexo caliente puede hacer estragos. Mi corazón abierto, puede confundir, y este amor…bueno, este amor puede hacernos daño.

-no responde-, dice el portero.

(si me abre yo tampoco respondo, pensé.)


domingo, 17 de octubre de 2010

LA OTRA MIRADA




Ezequiel se sentó a esperar al borde de la carretera, prendió un cigarrillo, el último de la caja, y se lo fumó solo hasta la mitad. Miró sus pies y sonrió al darse cuenta de su molestia impar: tan solo llevaba puesto un zapato. Decidió entonces cambiárselo de lado pese a la dificultad, darle un respiro a su pie desnudo y cansado, y pensar en las ampollas para no pensar en todo lo demás. Saber cuantas horas llevaba caminando era imposible, las suficientes en todo caso, como para estar lejos de cualquier lugar conocido. Esa era la idea, desaparecer, dejar atrás esa noche necesaria, olvidar lo inolvidable.

Después de un rato, por fin apareció un bus. Ahí se montó cargando todos los achaques de sus setenta y tantos años y se sentó en la última fila para poder dormir. No había mucha gente, ya estaba anocheciendo, y él estaba verdaderamente cansado, condiciones ideales para pernoctar sin problema durante todo el trayecto. Cuando se disponía a cerrar sus ojos, o más bien, cuando sus ojos, con voluntad propia, decidieron cerrarse, la mirada de un gato se le atravesó. El gato estaba en el puesto de adelante, mirándolo profundamente, como si lo estuviera cuestionando, como si lo supiera todo. Cuando intentaba esquivarle la mirada, el lomo del gato se crispaba de manera automática, y sus uñas le crecían de las patas dispuestas a atacar. Ignorarlo, entonces, no era una posibilidad, debía sostenerle la mirada, hacer caso omiso a su cansancio, al peso de sus párpados, y esperar más bien, el cansancio del gato. Pasaron horas, largas horas y el gato no se rendía, su mirada en cambio, se hacía cada vez más aterradora, y la cercanía entre los dos se reducía hasta tener los amarillos ojos del gato a menos de un centímetro de distancia de su cara. Podía sentir los bigotes del felino rozándole la nariz, y su respiración mezclarse con la del animal. Al entrar en un túnel todo quedó a oscuras durante unos segundos, cuando de repente, un fenómeno maravillosamente extraño y surrealista comenzó a develarse ante él: las cosas comenzaron a adoptar unas siluetas iridiscentes, como si se tratara de millones de luciérnagas adornándolo todo: los asientos, las personas y hasta los detalles más pequeños como los botones de la chaqueta del caballero de al lado o los cordones sucios del niño de adelante, podían detallarse con asombrosa exactitud. Al salir del túnel pudo ver como la luz de la carretera iluminaba todo de  manera habitual, y atribuyó los colores fosforescentes a alguna especie de bombillo especial instalado en aquel túnel.  Sin embargo, su cuerpo se sentía distinto, menos agotado, más liviano y al observar su reflejo en la ventana, una imagen espeluznante apareció en el vidrio quitándole el aliento: era la imagen del gato.
  
A Ezequiel Ramiro Andrade le habían sucedido muchas cosas extrañas a lo largo de su vida, pero nada como esto. Esto no se lo creía ni siquiera él mismo, a pesar de estar mirando todo con sus propios ojos; o con los del gato, para ser exactos. Este era sin duda uno de esos momentos perfectos para fumarse un pucho, llamar a algún amigo, y charlar sobre lo sucedido. Pero aún teniendo la mitad de un cigarrillo esperando para ser fumado, éste aguardaba en el bolsillo de la camisa del hombre sentado en la silla de atrás, de ese cuerpo tan familiar y a la vez tan desconocido. En todo caso, fumar, por ahora era imposible y amigos, amigos ya no le quedaban.

Decidió entonces tomarse las cosas con calma y disfrutar de su estado felino. Descubrió su habilidad para saltar de un lado para otro, se jactó con la agilidad de su nuevo cuerpo y se acomodó fácilmente en la silla. Si hubiese sentido al menos un pequeño porcentaje de su viejo cansancio, habría podido dormir plácidamente allí mismo, en esa silla desgastada del bus, como si se tratara del mejor de los palacios. Pero ahora su estado era de total alerta, de vida desbordada, de energía incontenible. Tan pronto el bus hizo su primera parada, Ezequiel saltó por la ventana  sin despedirse siquiera de ese cuerpo suyo por tantos años. Ya estaba dañado y gastado, ya solo le estorbaba, pensó. Y dando sus mejores zancadas, salió a correr por los campos húmedos de la sabana.

Cuando sintió los primeros rayos de sol sobre su pelaje ámbar brillante, se detuvo en una piedra a pensar. Si bien había decidido nunca volver a ese lugar y nunca repasar lo sucedido aquella noche, ahora las cosas eran distintas: ahora podría volver de incógnito, darse cuenta de la magnitud de sus actos, disfrutar sin peligro alguno del resultado de aquel plan minucioso construido por años en su cabeza.

Fue así como echando hacia atrás sus pasos, volvió a la entrada del hospital psiquiátrico San Rafael. Todavía había humo saliendo de las paredes, y el olor a carne quemada era insoportable. Aún así, la alegría lo invitaba a acercarse cada vez más,  hasta tener a sus pies los restos de su vida pasada: una vida larga y lamentada, en medio de esas cuatro paredes llenas de locos matándose despacio, de hombres y mujeres miserables, sufriendo el hecho de ver el mundo de otro modo. Los había salvado, se sentía orgulloso de haberlo logrado. Pero cuando se disponía a partir con su maravillosa gloria a cuestas, la voz de un oficial realentó la imagen: pudo ver como unas esposas se apoderaban una a una de sus patas delanteras, mientras el oficial lo tiraba al piso sin ninguna consideración. Luego su cuerpo, como despertando de un sueño profundo, comenzó a sentir nuevamente el peso de sus huesos viejos, el dolor de sus pies maltratados, el sabor ácido y seco de su lengua de hombre sin comer.

 Varias personas lo señalaban y le gritaban,  pero el silencio de su mente era implacable. Lo metieron en una patrulla y mientras lo conducían a la estación de policía, el oficial le dijo con sarcasmo:
 -la curiosidad mató al gato, Ezequiel-, y mirando su reflejo en la ventana, éste le contestó: 
-así es, así es-.

miércoles, 13 de octubre de 2010

RETORNO AL AMOR




Cansada,
Pesada de pasos firmes caminando en mi contra,
Me solté el lazo y me detuve.
Incliné mi cabeza atestada de recuerdos,
De motivos sin motivo,
Y sacudí mi lago más quieto.

Sudando temores, 
mi piel se despertó
Y acariciada de espanto,
Habité en la pausa.

Todo en mí se volvió lento,
El pasar de mi lengua por mis dientes,
El paseo risueño de mi aire 
Ayer frío,
Hoy caliente.

Resuelta a demorarme en el camino,
Me arranqué las dudas 
y liviana me dejé llevar.

Silvada por la vida caminé en la noche,
Desnudé con mis pies las piedras,
Me mojé de lluvia.

Viaje de retorno,
Cuánto me faltaste!
Encontrarlo ya no importa,
Son estos pasos nuevos los que siempre me anduvieron.

Convertida en
mar,
rio,
viento,
Lo entendí:
Yo acá estoy… y acá jamás me quedo.




jueves, 7 de octubre de 2010

“Te Olvidé”

Un día desperté, y a mi lado un señor grande dormía. Creí poder reconocerle la respiración acomodada y tranquila, o su quietud aparente, pero no pude. Era un total extraño, un señor grande, extraño y dormido.

Con la agilidad que puede uno tener a las cinco y cuarto de la mañana, me deslicé hacia mi costado de la cama, le di libertad a mi pie derecho y toqué el piso como para asegurar algo. Durante esos largos tres segundos, alcancé a medir con exactitud el riesgo de mi aliento, (lamenté en el alma el estofado riquísimo de la noche anterior), el peso de mis párpados, las piedritas de mis ojos, que por cierto, siempre he creído  son mis sueños hechos realidad. En todo caso, tres segundos me bastaron para darme cuenta que tenía mas presencia la ropa tirada en el suelo, que yo que ya estaba de pie.

Pero acaso dije… ropa en el suelo? Y con el pavor de quien reconoce el “cuerpo” en la escena de un crimen, comencé a recorrer el mío propio en cámara lenta. Desnudo. Así estaba. Totalmente expuesto, como Dios me trajo al mundo, solo que con 30 años de gravedad a cuestas. Y luego, como era de esperarse, pensé  en el perchero. Donde se había metido el muy ingrato? Acaso se había cansado de tanto abuso? O de golpe fue desarrollando una insoportable vena várice que lo obligó a dejar el puesto? Para mi tranquilidad, ninguna de las anteriores. El pobre estaba desmayado detrás del televisor. Quizás no soportó lo que vio la noche anterior, mandó la ropa a la mierda, y se desmayó.

Yo por mi lado, opté por refrescarme la memoria con un poco de agua y de paso devolverle la dignidad a mi boca. Acto seguido, regresé al otro lado del mundo de mi cama, y aprovechando los primeros rayitos de sol, decidí inspeccionar.Había tres tristes dedos de algún pie intentando respirar fuera de la cobija. Los tres me miraron asustados, como recién  descubiertos en su menage á trois, todos sudaditos. Decidí entonces acercar la punta de mi nariz helada, y respirarles el pasado.El olor a primera instancia era delicioso, como el de la esquina de la Fábrica Nacional de Chocolates. Pero poco a poco , y solo hacia el final de la inhalación, apareció un rastro a pan de bono recién horneado. O como quien dice, a pecueca. Igual, he de confesar que habría podido quedarme allí el resto de mi vida, oliendo esas onces perfectas, como cuando uno se instala a olerse a uno mismo, cada rendija, cada doblez, verificando que ahí estamos, oliéndonos la vida, reconociéndonos.

El señor grande reaccionó ante mi nariz de hielo, y se dio vuelta, quedando prácticamente boca abajo. Una nuca salió a la superficie, mostrando una mancha rosada de nacimiento que tampoco me daba mucha información, así que decidí investigarle el resto de sus cosas. Con esto me refiero a su pantalón, su camisa, sus bolsillos, sus medias. (éstas últimas...not necessary).

Mi mente seguía nublada, por lo cual  regresé a su nuca, tentadora nuca toda destapada. Sin darme cuenta, le clavo un mordisco, él se defiende, sus ojos son verdes, él me trinca, yo me asusto, me roba un beso ácido, inolvidable, me agarra las tetas, yo grito! Me tapa la boca, pataleo, se acerca mucho más, sudo frío, hasta que todo se detiene cuando me dice suavemente al oído:
- otra vez jugando a “Te olvidé”?-
- yo que puedo hacer-, le dije con la voz entrecortada , -si olvidarte me resulta tan divertido!!-

miércoles, 6 de octubre de 2010

LA ORQUESTA


Oigo llorar a mi gata detrás de la puerta.
Oigo la gotera sobre la claraboya.
Oigo la “música” del vecino.
Oigo la discusión de los otros vecinos.
Entiendo todo:
La gata llora porque no alcanza a tocar la gotera.
Los vecinos le suben a su “toque” para disimular la discusión de los otros vecinos.
Los otros vecinos discuten porque si y porque no, pero sobre todo,
Porque él, tocó una “gata”.
Que maravillosa orquesta que es esta vida,
Todos tocando algo…
Todos tocando algo cuando no se debe.

Confesión Salvaje

Y si hoy,
Así de repente
Y sin tanto pensarlo,
Descubriera que no soy tan buena
Ni tan noble
Ni tan justa?

Que tengo nublada la mente!
Que persigo placeres,
Que dejé de creer en todo,
Que me como la vida
Con la voracidad de un animal enfermo...

Y si hoy te dijera,
Que he marchitado tus sueños,
Demolido tu tiempo,
Abandonado lo nuestro...

Me odiarías quizás?
Sacarías tus uñas, entonces.
Y así de repente, y sin tanto pensarlo,
Estariamos odiandonos en la misma orilla.

Luego caería la noche,
Y pacientes,
Esperaríamos una a una,
El secar de nuestras lagrimas.

Mirando de frente, 
Quemaríamos todo lo que pudo ser,
Y Nos iríamos al fin juntos!
Livianos,
Huraños,
Veloces,


A devorar el mundo.

martes, 5 de octubre de 2010

PARA QUE ME RECONOZCAS.


La voz entró por el teléfono, me soplaron tu muerte de un totazo, y yo me quedé con el aparato en la mano como agarrándome de alguna parte. El aire en mi boca lo guardé lo más que pude, era el último aire con tu vida, y al botarlo, el estómago se me subió hasta la garganta, como si quisiera salir corriendo. No pudo, se quedó atravesado, y yo comencé a caminar en círculos por la triste habitación de la noticia.

Sí. Yo soy la niña dando vueltas, la de la manta raída de tanto chuparla, la que cuando no te veía se daba golpes en la panza del desespero. Para que me reconozcas, me haré una de esas trenzas que tanto te gustan y la ataré con un lacito rojo, ok?

Hoy la noche está bonita, el aire se respira fácil, fresco, después de la lluvia de la tarde. Estos días decembrinos siempre fueron tus favoritos. Contigo aprendí a enamorarme del sol y a acompañar a la lluvia en su tristeza. Sigo caprichosa, mucho, según dicen unos cuantos, pero eso sí, me río, y me río, y me río y me río. Mis amigos ya son grandes y trabajan, y de vez en cuando me doy besos apasionados, que te aseguro, no son una ilusión óptica, ni son en la barbilla, como los que tú y yo veíamos en televisión.

Esta notica me la voy a guardar cerca a nuestro lugar secreto para que solo tú la encuentres…

Me pregunto si el viaje será  muy largo, o si en cambio será  cortito, como esos viajes espaciales especiales de las películas de antes. Yo me puse los tenis por si acaso, y pienso llenar la barriga para poderte llegar con el corazón contento!!

P.D. También soy la mujer triste que te recuerda, la del perro ciego que no es del todo suyo, la que muchas veces no entiende por qué es que toca levantarse. Salgo poco al parque y ya no me antojo de algodón de azúcar. Mi nombre es igualito al tuyo, con una "a" de más; mi firma es un garabato que hace mucho me enseñaste, en una de esas tardes en que dibujabas caras, y veíamos gente pasar...

SIEMPRE EL MISMO SUEÑO


Abro la puerta sin seguro, entro al apartamento y no prendo las luces. Tampoco llamo a nadie, y me dirijo hacia el balcón. Deslizo la puerta de vidrio y salgo. Cierro los ojos, respiro el viento helado, y me tiro…
Siempre el mismo sueño. Me tomo el agua con valeriana y me acuesto. Doy vueltas en la cama y enredo la piyama. Me levanto, voy al baño, me miro en el espejo y abro la llave. Me agacho, tomo agua del tubo, me enderezo y apareces detrás de mí, con un cuchillo en la mano. Yo no me muevo, el susto me gana, y miro como el cuchillo me atraviesa muchas veces, hasta que me mata.
Siempre el mismo sueño. Lo intento con algo más fuerte, un calmante que me recomendó mi hermana. Me tomo dos en vez de uno, y la cabeza me da vueltas. Cuando por fin el sueño me cierra los párpados, suena el timbre. Me levanto pese a todo y abro. Te veo en la puerta, traes tu maleta y sin pensarlo, me besas. Yo me dejo, te perdono mientras me dejo. Tus manos me asaltan, me dices que me amas y yo comprendo que has vuelto.
Siempre el mismo sueño.